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Hagamos aqui punto, que a con S.
E. yo me entenderé a lo caballero si
se tratase de desmoche &c. pues para
casos tales se sancionó la ley de impren¬
ta bajo cuyo influjo espero esplicotear¬
me, y rabie quien quisiere, pues á mal
dar, á mi oficio me atengo, cosa que
acaso no podrá U. decir señor don Pri¬
mitivo.

Queda de U. afectisimo amigo el
por que modestia sale á danzar con la
mascara de M. de la P.

Señores Editores.

Parece, que á petición de don Juan
José Alzamora ha concedido el supre¬
mo gobierno dos tardes de toros, cuyo
producto sea para costear en parte los
gastos de la nueva espedición, que se
intenta hacer á la isla de Madre de
Dios. También parece, que el coliseo
de gallos ha de ayudar á este empresa
dedicando la entrada de algunas tardes
para aquel fin, y el señor Bogardus
igualmente ha de dar su función con
el propio objeto. Ello es, que se puede
reunir su bolsa acomo la de ntaño y
emprenderse en efecto la espedición. A
consecuencia, es de creer que la her¬
mandad de los hambrientos (de que
soy miembro aunque indigno] estará ha¬
ciendo fuerza de vela á ver á cual le
toca encargarse de tan benefica acua¬
til romeria. Yo me presento para este
caso, SS. EF. como el mas necesitado,
el mas recomendable por mi denudéz
y como quien necesita mas que ningun
otro hallar la Madre de Dios. Ase¬
guro à fé de hombre, que no aprovecharé
sino lo preciso para encontrarla, y que
de regreso en lugar de jamones y ta¬
blas de Chiloé, ó me traigo á los nau¬
fragos, ó un buen pedazo de dicha isla
en testimonio de mi celo y eficacia, y
para que se reparta entre los interesa¬
dos, que al menos recibirán el consuelo
de ver siquiera la tierra donde dizque
posan sus desgraciados amigos y pa¬
rientes, entre tanto que esta creencia me
habrá proporcionado á mi hallar mi
Madre de Dios.

Un pobre parroquiano de UU.

SS. EE. DEL OBSERVADOR IMPARCIAL:—

Aunque no me agrada hablar mucho, con
todo creo que me habré de estender contra
mi costumbre en esta ocasion. El honor na¬
cional, y respeto á nuestras instituciones nos
inflama de manera, que parece que esta es la
deidad de que hablaba el poeta cuando decía:

Est Deus in nobis: agitante calescimus igne.

En tal caso, dispensable sera el hombre que
no guarde la moderación, que desearía fuese
su caracter.

No hay medio. O es necesario ser insen¬
sible á la insolencia y despecho, con que se
nos trata; ó se necesario clamar rompiendo los
diques de aquella para que se ¡ponga un re¬
medio á tan grande mal.

La patria destruyó con fuego y sangre á
unos opresores que se suponían con derecho á
serlo por una causi posesión de tres siglos. La
fuerza y la razón han destruido gloriosamen¬
te esa vana presunción. ¡Mas hay! Nuestra
inesperiencia parece que ha substituido otras
que con solo la buena acojida que les hemos
dado se creen con igual derecho á subyugar¬
nos. Hijos de los españoles parece que en todo
seguimos la suerte de aquellos desgraciados
de los primeros tiempos. El comercio con
los cartajinesas, les atrajo á aquellos las cadenas.

Vieronse estos traidores
Finjirse amigos para ser señores:
Y el comercio afectando
Entrar vendiendo por salir mandando.

No diré que á los comerciantes del día
los anima el espiritu de conquista, un espiri¬
tu tan altamente reporbado por las luces del
día: pero hay otra opresión igualmente detes¬
table—la ninguna consideración con que se nos
mira—quiero decir—esa falta de resiprocidad
en el comercio.

La ley garantiza la libertad de comer¬
cio. Mas este por su parte debe proporcio¬
nar al Estado, que se lo permite los bienes
que el se propuso sacar al tiempo de conce¬
derla. Es una especie de contrato tácito en
que se suponen espresas las palabras do, ut des,
facio, ut facias. El que lo quiere todo para
si, sin dejar utilidad al pais que lo admite,
empobreciendo á este, es un monstruo de co¬
dicia, indigno de ser admitido en sociedad al¬
guna, y mucho menos de llamarse miembro de
aquella ilustrada y culta de quien se jacta des¬
cender. Cuando yo admito en mi casa un
huesped ó personaje tal, este se impone un
deber de corresponder con beneficios á mi ob¬
sequio: en tal grado; que aunque yo no se los
pida, el concepto jeneral me dá los parabie¬
nes por una fortuna, que ya supone efectiva en
el honor supuesto de tal husped.

Este huesped en el Perú es el comercio.
El es un gran personaje. Su esplendor y sus
riquezas son notorias. Sus obligaciones por lo
tanto son de corresponder con honor el hospe¬
daje que recibe. Mas ¿que diremos, si la cor¬
respendencia es despreciar y empobrecer al
Estado que lo abriga?

Sin duda: no es humor tétrico el que me
domina, cuando por las aplicaciones á los casos
ocurrentes, se vera la prueba de esa verdad.

El comercio libre en diez años que mora
entre nosotros no ha presentado un arbitrio viviv
ficante á favor de nuestra industria agricola,
ni minera, ni manufacturera. No digo que em¬
please capitales injentes, pero hay un arbitrio,
que dejandole á él utilidad, nos la traería tam¬
bien á nosotros. Nuestras primeras materias

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