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la satisfacción de comunicarselo con
este objeto—J. de E.

REMITIDOS.

SS. EE. del Observador Imparcial.

Cuando el jefe supremo de un pue¬
blo libre fija su consideración en hom¬
bres honrados, patriotas y sàbios capa¬
ces de desempeñar los ministerios del
estado, trayendolos ácia él instantemen¬
te, acredita del modo más solemne y
perentorio su obediencia á la ley, su
propension al acierto de sus actos ad¬
ministratorios, y una loable ambición
cifrada en las bendiciones de gratitud
pública por haber obrado el bien: glo¬
ria es esta á la verdad reservada solo
á los héroes virtuosos amantes de la sa¬
biduria y la humanidad. Parece que
en S. E. el gran mariscal D. Agustin
Gamarra se verifica esta teoría, cuan¬
do ha nombrado ministro de gobierno
y relaciones exteriores al señor Dr. D.
Manuel Lorenzo Viduarre, dando así
un día de júbilo, sino á toda la socie¬
dad nacional, al menos á los patriotas
verdaderos, conocedores del mérito exel¬
so de este viejo y prudente majistra¬
do, defensor descarado y á todo trance
de los derechos del pueblo, cuyos co¬
nocimientos vasitisimos en los diversos
ramos que abraza la ilustración, ofre¬
cen á la patria los consuleos que nece¬
sita, cual otra fuente de luz al pre¬
sentarse por el oriente después de una
noche horrorosa. ¡Quiera el nuevo se¬
ñor ministro de gobierno no frustrar tan
gratas esperanzas. Un subscriptor.

SS. EE. del Observador.

Pido la palabra, y allá me encamino
á donde dió coces ó graznidos el señor
D. Primitivo de Porras, cuyo articulo
centellante y furibundo insertaron UU.
en su anterior ultimo numero.

Entro en materia, y digo al señor
D. Primitivo, que el orden de escala
establecido en las oficinas, que tan mal
parece á su merced, es absolutamente
necesario para que los negocios lleven
la dirección que corresponde, no menos
que para que sean instruidos debida¬
mente. El órden de escala, señor don
Primitivo, proporciona á los individuos
de un establecimiento una instrucción

gradual en los negocios que en él se
versan; instrucción que yo á puesto á
que no lo tiene el señor Porras y otros
muchos, que hablan porque tienen len¬
gua y poquisima aprension.

Suponga U. amiguito, que me zampan
en un establecimiento desde el jefe hasta
el portero gente nueva y flamante; y que
desde el portero hasta el jefe son poe¬
tas unos, matematicos otros, fisicos al¬
gunos, y teologos si U. quiere, los de¬
más. ¿Qué harian, pregunto yo, todos
estos anjelitos, ó anjelones en este es¬
tablecimiento nuevo para ellos? La ver¬
dad, ¿qué harian? Mirelo U. bien señor
don Primitivo, y creame á mi, que le
digo, que harian muchos, muchisimos
disparates: porque todo oficio tiene su
aprendizaje, y mas sabe el loco en su
casa, que el cuerdo en la ajena & &c.

Para deprimir más y más á la infe¬
liz clase de los empleados, como si ya
no lo estuviera de sobra, se vale U.
de un argumento que á mi maldito si
me convence: ¡compararse un hombre,
dice U. que ha gastado su vida y su
dinero en estudiar, con otro que ha gas¬
tado veinte ó treinta años en copiar ofi¬
cios en una oficina! ¿Pero don Primi¬
tivo de mi alma, que prueba esto? pro¬
bará que el dichoso que gastó su vida
en estudiar sabrá derecho, matematicas,
fisica, historia, &c; pero de ninguna ma¬
nera, que por saber alguna ó todas es¬
tas ciencias, es mas apto para oficial
de tal ó tal oficina, que el que se crió
en ella y con una aplicación constan¬
te y una disposición regular trató de
instruirse en el sistema en ella estable¬
cido. Sr. Porras, cada cosa para su
cosa, y el buey para arar: con esto res¬
pondo á U. en aquella parte de sn pau¬
lina que toca á los empleados que lle¬
van muchos años de servicio.

Por lo que mira á la caritativa exor¬
tación que hace U. á S. E. el jeneral
Gamarra para que desmoche y chapode
sin que la arredre el zumbido de los
moscones, solo diré á U. por ahora, que
se me ha puesto en la cabeza que es
U pretendiente á alguna placita, y co¬
mo el que necesita es preciso que esté
bien con todos, no es estraño que U.
quiera irse preparando el camino por
el suavisimo medio de la adulación, que
dizque es tan agradable á necios y á
discretos, à cuerdos y los cos. segun un
celebre pasaje del injenios o Hidalgo de
la Mancha.

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