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EL OBSERVADOR IMPARCIAL.

QUINTA SUBSCRIPCIÓN.

Se admiten subscripciones en la
tienda de Don José Dorado ca¬
lle de Judios, y en la imprenta
del Estado por J. Gonzalez, al
precio de ocho reales adelanta¬
dos para cada doce números. En
los mismos lugares se venderán

también los números sueltos. à
los Srs. Subscriptores se les in¬
sertarán gratis las comunicacio¬
nes y avisos que quieran publi¬
car remitiendolos garantidos y
bajo cubierta á los EE. en la re¬
ferida imprenta.

N.o 54. LIMA 3 DE FEBRERO DE 1832. 1 RL.

EL OBSERVADOR

Entre las comunicaciones con que
se nos ha favorecido é insertamos
hoy, es muy notable la que se ocu¬
pa de nuestro reglamento de impren¬
ta, sus jueces y sus sentencias. El
cuadro que allí se traza à este res¬
pecto nos parece demasiado oriji¬
nal, y bien funesta y lamentable
también la suerte de aquellos à quie¬
nes, por desgracia toca someterse al
influjo fatal de formulas y juicios tan
contrarios á las maximas del siglo,
y que ofenden la razón y al buen
sentido.

En medio de instituciones las mas
liberales, y proclamando filosofía y
republicanismo vemos desempeñar
legalmente sus funciones un tribu¬
nal, adornado con cuantas perroga¬
tivas y ecepciones puderian exco¬
gitarse para ejercer el despotismo
más sublimado y esquisito. Un tri¬
bunal, repetimos, sin apelación en
sus sentencias:—que las pronuncia
á usanza inquisitórial à ocultas, y sin
que aparezca el motivo en que las
funda: un tribunal, en que se con¬
funde á los ojos del público al juez
recto é ilustrado con el idiota y pre¬
varicador, forzando á todos à que
subscriban el voto de la mayoria emi¬
tido à puerta cerrada y sin testigos:
un tribunal, por fin, compuesto de
individuos, que por sus aptitudes y
circunstancias acrditan, que en la

elección de muchos de ellos no pre¬
sidió el patriotismo, ni el bien de los
pueblos y sobre todo, el deseo de
protejer la sagrada ley de impren¬
ta que desde luego se pone en sus
manos.

Mas, puesto que la ley debe ob¬
servarse sin disputa y que ni à no¬
sotros es dado el remediar tamaños
males, ni tampoco hay ahora á quien
ocurrir para que los contenga será
inutil nose fatiguemos en ostentar las
perniciosas consecuencias, que de
ellos resultan á la sociedad entera.
Pero como la impunidad de que
la ley ha investido à los jueces
de imprenta sea, à nuestro ver, la
salva guardia conque ellos escudan
sus estravios, es preciso probar si
por otros medios puede contenerse¬
les, y llamarseles del laddo de la jus¬
ticia y de la circunspección. Una
censura seria y constante pero im¬
parcial de cuantas sentencias pro¬
nuncien, quizá contribuirà á aquel
objeto si es que son hombres, que
respetan la opinion pública y el con¬
cepto que de ellos deban formar sus
conciudadanos. Asi es, que invita¬
mos à todos los que desde hoy en
adelante interpongan alguna denun¬
cia à que noss comuniquen su resul¬
tado acompañandonós la sentencia,
y el papel denunciado para en su
vista fundar nuestro juicio y censu¬
ra, y darlos al público inmediata¬
mente.

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