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EL OBSERVADOR IMPARCIAL.

TERCERA SUBSCRIPCION.

Se admiten subscripciones en la
tienda de Don José Dorado ca¬
lle de Judios, y en la imprenta
del Estado por J. Gonzalez, al
precio de ocho reales adelanta¬
dos por cada doce números. En
los mismos lugares se venderán

también los números sueltos
los Srs. Subscriptores se les
sertarán gratis las comunicacio¬
nes y avisos que quieran publi¬
car remitiendolos garantidos y
bajo cubierta á los EE. en la re¬
ferida imprenta.

N.o 35. LIMA 27 DE OCTUBRE DE 1831 1 RL.

EXTERIOR.

MENSAJE
DEL
PRESIDENTE DEL ECUADOR
PRIMER CONGRESO CONSTITUCIONAL
DE
1831-21.

Continuación del número anterior)

CONVENCIDO de que debía empezarse
por destruir el escuadron que amenazaba de
cerca, para después hacer frente al cuerpo fu¬
erte que amagaba por el Sur, me diriji a Guay¬
linbamba, en cuyas inmediaciones fue facil cono
cer, por medio de un espionaje muy celoso,
el errado designio de aquel cuerpo que inten¬
taba abrirse paso por la cordillera e incorpo¬
rarse a la principal fuerza de los invasores.
Para realizar este proposito marchaba por el
arco de las operaciones, según naturaleza del
terreno, mientras que las tropas fieles obrando
por la cuerda lo cortaron y rindieron a viva
fuerza. Este triunfo debido a la audacia de
un jefe distinguido, era un presajio de pros¬
peros resultados en el drama que se represen¬
taba. El gobierno incorporo al batallón Quito
que había llegado de Pasto y junto de nuevo sus
tropas, aunque con menoscabo de la parte moral
de ellas. Desembarazado de atenciones por el
Norte, era necesario hacer frente a las del Sur.
Des cuerpos recibieron orden de pasar veloz¬
mente a Latacunga para contener en su marcha
a la vanguardia enemiga que había tomado po¬
siciones en Ambato. Al mismo tiempo se nom¬
bro una respetable comisión para negoicar la
paz. El jefe del ejecutivo creyo conveniente
ponerse en campaña, y lo verificó trasladandose
a los cuerpos abanzados para observar más de
cerca las operaciones de los adversarios, para¬
lizar sus movimientos, y dar impulso a las ne¬
gociaciones iniciadas. Estas miras tuvieron un
efecto tan feliz, que puede llamarse inesperado:
el enemigo suspendio su marcha, cuando debió
precipitarla: se estipulo una tregua provisoria;

y con esto se ganó el tiempo que se necesi¬
taba para aumentar los cuerpos, levantar guer¬
rillas, obstruir los caminos laterales, fortificar
las alturas más precisas, establecer y convinar
señales telegraficas, remontar los escuadrones,
completar los trabajos de maestranza; y final¬
mente poner en ejecución todo cuanto pudiera
conducir a la victoria. Mientras esto se ha¬
cía, a nuestra retaguardia las negociaciones to¬
man un curso tan declinatorio, que alejaban
toda esperanza de consiliación. Envano se fi¬
jaban basas por parte del gobierno, y por lo mismo
inadmisibles. Se nos ofrecia paz y humillación:
nosotros queríamos paz y libertad, Constitución
y leyes. Era, por tanto inutil insistir en pro¬
posiciones semejantes: la cuestión se había re¬
ducido a voces nugatorias; y la fuerza, que es
la razón de los tiranos, era la única que se nos
oponía. Antes de espirar el termino del ar¬
misticio, y estando todavía en tratados, fueron
sorprendidas las guerrillas que cubrían nuestra
línea divisoria, y aunque ellas rechazaron el
ataque con un valor digno de su causa, se vieron
obligadas a dejar las posiciones que guardaban,
y vinieron a situarse a la orilla izquierda del
Nacciche. Requerido el jefe de los invasores
por esta infracción del derecho de la guerra,
contesto de una manera irritante, finjiendo agra¬
vios que carecían de toda apariencia verosimil.
El gobierno creyo, por los intereses del estado
y por su propia dignidad, poner termino a las
negociaciones, y romper hostilidades: esta de¬
claratoria se hizo formalmente por medio de
nuestros comisionados, los cuales vigorizaron el
acto mostrando una firmeza muy recomendable.

ERA fácil calcular hasta donde arrastra¬
ría al enemigo este golpe de rayo. Envuelto
en las tinieblas de la noche, se desvordo co¬
mo un torrente sobre nuestras guerrillas avan¬
zadas, y habiendo encontrado poca resistencia
en ellas, penetro a Tacunga, donde descubrio
su error. El cuerpo de guerrillas se había
corrido al flanco izquierdo, empeñando solo a
cuarenta milicianos para ocultar su marcha, y
divertir en la suya al ejercito invasor. La co¬
lumna que mandaba en persona el jefe del go¬
bierno se había situado con anticipación en el

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