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EL OBSERVADOR.

Este periódico saldrá à luz todos los
miércoles.

Los avisos que no pasen de diez renglo¬
nes, se insertarán, abonandose cuatro reales
por la primera inserción, y dos por las sub¬
secuentes. Los que ecseden de dicho núme¬
ro de convenio con el impresor GONZALEZ.

Dichos avisos deberán estar en la im¬
prenta cuando más tarde el martes al medio
día; de lo contrario quedarán para el nume¬
ro siguiente.

Se admiten los remitidos que firmados
por personas conocidas sean dirijidos à los Edi¬
tores de este periódico, ò al Director de la
Imprenta.

N. 7.o) Cuzco, miércoles 30 de enero de 1833. (MEDIO REAL.

ELECCIONES.

Cuando hemos pasado una revista à los tra¬
bajos de la legislatura de 828, no ha sido un em¬
peño consurar ni alabar lo que nos ha diri¬
gido. Nos ha llevado un intento más elevado.
Si esos trabajos han dudo al país instituciones y
leyes útiles, es necesario sostenerlas: si pernicio¬
sas, abolirlas ò modificarlas. Es ya del pueblo
este deber; y le llenará ejerciendo el grande de¬
recho de elejir representantes.

Más si este sabio medio de curar los males,
y conservar los bienes, que la ley pone en sus
manos, no es usa juiciosa è ilustradamente, es¬
tos irán por tierra, y aquellos se radicarán. Los
males son entonces tanto más temibles, cuanto
que los mayores son aquellos, se radicarán. Los
males son entonces tanto más temibles, cuanto
que los mayores son aquellos, que se presentan
revestidos de las formas legales; y cuanto que
sintiendose solo cono el transcurso de los años,
no pueden entonces cortarse sin trastornarse ideas,
que el interés hizo nacer, y el tiempo madurar.
Muchas veces el intento de curar males, que pro¬
dujeron leyes viciosas, si se posterga, aparece
con caracter anárquico. ¿Que cosa pues más
conveniente que el empleo juicioso de un medio
legal de curarlos y prevenirlos? La elección
acertada es un camino tan seguro como facil de
llegar à este gran objeto? Los electos así lle¬
van el conocimiento de los males, y de los votos
del pueblo: llevan sus luces y sentimientos, lle¬
van, sobre todo, la esperiencia. El hombre ja¬
más formará la historia de sus aciertos, sino le¬
yendo la de sus errores.

Ni se diga que la opinión pública es falaz, ò
impracticable. No: ella puede padecer engaño: la
astucia, ò el poco conocimiento de las cosas, pue¬
de hacerla variar de rumbo; pero dejandola à si
misma, obrará obedeciendo à causas, que pueden
llamarse impulsos naturales. No se alarme pues
injustamente à los hombres, noo se les grite por
la adopción de ideas y de medidas ruinosas, no
se denigren las personas, no se les dé ideas
falsas sobre lo que les conviene ò perjudica,
no se muestre por la faz inversa el estado de
las cosas; y entonces ella se decidirá sin vio¬
lencia y con utilidad.

Mas la espresión de opinión pública ha sido
tan repetida, y tomada en tantas acepciones, que
ya hoy por su vaguedad es casi imposible dar¬
le una definición precisa. Sin embargo; en la

necesidad de que se nos comprenda, nos espli¬
caremos. Entendemos por opinión pública, en
política y considerandolo como el agente de los
actos públicos—la decisión de la parte sana y
útil de la sociedad por ciertas ideas, por cier¬
tas instituciones y por ciertas personas, nacida
del conocimiento ilustrado ò práctico de las ven¬
tajas que producen. —Lo demás puede llamarse
el éco de la irreflexión; ò el movimiento frené¬
tico de las pasiones, exitado por la ignorancia
y la malicia. Lo contrario sería legitimar los
movimientos más torpes y destructores; sería
coonsagrar en dogmas políticos esos principios ab¬
surdos, que promulgan los aspirantes de todos
los países, pregonando por opinión pública, los
votos de los alucinados ò malvados; principios
à cuya fuerza destructora se han debido los tras¬
tornos y la sangre, que han caracterizado tantas ve¬
ces los actos populares. Tomando pues à la opinión
pública en este sentido, que es el único fijo y racio¬
nal, ella es casi incapaz de estraviarse: está cir¬
cunscripta à solo cciertas clases, que en todo forman
siempre la de las demàs; q'en todas partes dan el tono
à las sociedades; que tienen un conocimiento gene¬
ral de las cosas y las personas; que sienten inmedia¬
tamente los bienes y los males, y que se interesan
por lo mismo en todo lo que puede producirlos.
Por consiguiente, todo acto público, que no sea
el resultado de sus esfuerzos, no lo es de la opi¬
nión pública. En vano los fautores de er¬
roneas doctrinas, que hicieron siempre las des¬
gracias de los pueblos, llamarán absurda y an¬
ti-republicana esta opinión. Dejemonos de bel¬
las teorías. Una gran parte de la sociedad, la
que se llama multitud, à la que se le hace to¬
mar tanta parte en los actos, cuyos ciegos vo¬
tos se califican de opinión pública, ¿qué conoci¬
miento puede tener de las necesidades ò peli¬
gros del pais? ¿Ni como puede juiciosamente
decirse que una elección v. g. que en la mayor
parte se deba à sus votos, es útil, aunque sea legal?

No intentamos por esto privar à esa parte
de la sociedad de los derechos, que la ley le
ha conferido. Decimos esto, para que atendida
esta clasificación, de la opinión pública, cada ciu¬
dadano pueda uniformar à ella su voto, cono¬
ciendola. El modo de conocerla, es entonces
muy sencillo. Cuando dos ò más partidos se
disputen el campo: cuando usen la táctica fa¬
vorita de declamar que la opinión pública está

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