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(Núm. 64.) JUEVES 21 DE NOVIEMBRE DE 1850. (Un real
LA REVISTA.

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LA REVISTA.
LIMA, NOVIEMBRE 21 DE 1850.

CORREO EXTRANJERO.

Llamamos la atencion de nuestros lectores hacia el
siguiente artículo que publica el Mercurio de Valparaiso
en sus números del 8 y 9 del corriente, en que á nuestro
juicio se describe de una manera exacta la situacion ac-
tual de Chile.

«La única cuestion verdaderamente séria que trabaja al pais
en el dia, es la de la eleccion del futuro presidente; hemos dicho
antes de ahora, y bastaria para probarlo la musculatura de los
artículos que se le consagran, y la insuficiencia y palidez de los
que de otrasmaterias se ocupan.

Ayer reprodujimos un artículo de la República, periódico
del antiguo partido liberal, y hoy nos llega en una hoja suelta
uno de autor anónimo, nutrido de altas consideraciones y vistas
muy prácticas sobre la situacion de las cosas.

La cuestion de candidatura no es simple: ella implica to-
das las actuales; y no han de resolverla las simpatias ó antipa-
tias de las personas sino la conciencia de una sociedad.

Montt no es popular, dice el panfleto, son poquísimos los que
trabajan por su candidatura, y aunque nadie trabajase por su
triunfo ella saldrá de la conciencia de la sociedad como Minerva
de la cabeza de Júpiter.

¿En qué funda el articulista asercion tan categórica, nos pre-
guntarán? Leedlo, pasead conducidos por su mano de Val-
paraiso á Santiago y de Santiago á Aconcagua, recorred todos esos
rincones de la situacion que se llaman club de la igualdad, mo-
tin de Aconcagua, insultos á la autoridad, procesiones, libelos,
etc, y despues que hayais visto todo esto, que son los detalles de
la gran cuestion de ca didatura en los cuales agota sus fuerzas
inútilmente la prensa del dia, despues de verlo con vuestros ojos
á la luz clara en que os lo coloca el artículo, respondednos si du-
dais qué idea y qué carácter serán elevados al poder por el voto
público.

Nosotros nos guardarémos muy bien de analizar ó comentar
este artículo en forma de panfleto. Lo único que es dado hacer
con obras de esta naturaleza, es presentarlas tales cuales salieron
de manos de su autor, y nunca se les daria suficiente publicidad.
Son profecias que rasgan el velo del futuro despejando en toda su
realidad el presente.

El artículo á que aludimos es como sigue:

A quien rechazan y temen? á MONTT.
A quien sostienen y desean? á MONTT.
Quien es entónces el candidato? MONTT.

Pido la palabra:

SITUACION DE SANTIAGO.

DE QUE SE TRATA: ¿De una revolucion o de elejir Presidente?
A mi juicio ni de lo uno ni de lo otro.

Existen en Santiago jérmenes de revolucion? Sí: Mas que
en pais alguno. Estudiemos la posicion geográfica de esta ciudad.
Fundada "en vista de las exijencias de la conquista y ocupacion
del suelo. Valdivia para dominar este valle, escojió la vecindad
del cerro de Santa Lucia para establecer sus reales. El mar pací-

FOLLETIN.
DOÑA URRACA DE CASTILLA.
MEMORIAS DE TRES CANONIGOS.

Cayó luego en la cuenta Gontroda de aquella resolu-
cion, y en alas de su generosidad, ó mas bien, del afan de
evitar á don Ataúlfo nuevos delitos, acudió también allí,
entrando poco despues en la alcoba, en sazon de hallarse
Ramiro cabe la portezuela, escuchando á su madre y al
Terrible, que adentro departian, y aterrado con algunas
palabras que á sus oidos llegaban.

Acababa Elvira de asegurarle que no era mujer de
Ataulfo, y este le llamaba su querida esposa: como tal la
trataba y ella lo consentia y confirmaba, con el silencio
unas veces, con las razones otras.

En aquel estado de amargura y estupor en que llegaba
á dudar de su propia madre, la nodriza de Ataulfo abrió
silenciosamente la puerta, sin ser percibida del mismo Gon-
zalo, que á su lado estaba. Hízose al punto cargo de la
situacion de todos; conoció que era imposible ya salvar á
Elvira, y no sin dolor tuvo que resignarse á limitar su so-
corro al paje del obispo. Asiólo del brazo, y el mismo
asombro y letargo de que estaba sobrecogido, fueron
causa de que en los primeros momentos no pudiese Rami-
ro exhalar una sola esclamacion de sorpresa, ni oponer re-
sistencia alguna. Cuando llegó á pensar, cuando quiso
interrogar á la anciana, ya estaban fuera del aposento.

—¿Quien sois?

Gontroda no le contestó por el pronto: acabó de cerrar
la puerta, y le dijo con su voz cascada, en la cual, sin
embargo se percibia alguna dulzura y la satisfaccion que
á todas las buenas acciones acompaña:

—Andemos, andemos, hijo mio: pocas preguntas, si no
quieres entregar la piel para que el lobo la desgarre.

—¿Sois Gontroda?

—La misma, la misma. ¡Quién te ha visto y quién te
ve! ¡Jesus, cómo pasan los años! Dos veces te he salvado
ya con esta, si Dios quiere. Tu no recuerdas, ¡pobrecillo!
¡Ca! Si no tenias mas que algunos meses.... Pero ¡qué
pulmones! ¡que berreer aquel, en medio del bosque! ¡Si
parece que te estoy oyendo! Buenos apuros me hiciste
pasar. ¿Y conservas todavía aquella mancha en la espal-
da, hácia el lado derecho... no, al izquierdo....?

—Al derecho, señora. Pero.... ¿y mi madre? ¿á dón-
de vamos sin ella?

—Silencio, maldito charlatan, esclamó la anciana, que
no podia ocultar su alborozo: todos los pajarillos que ape-
nas saben revolar un codo mas allá del nido, se pierden
por el pico. Imítame á mí, que no te hablo mas de lo pu-
ramente preciso. ¡Jesus! ¡Jesus! ¡Qué estiron has dado

fico no estaba esplorado aun. Valparaiso no habia sido conside-
rado sino como una caleta, apenas practicable para las naves que
devez en cuando traen provisiones y armas. En Santiago se acu-
mularon pues, colonos, soldados, conventos, dotaciones pias,
comercio, riqueza territorial. Dejémos pasar tres siglos.

Hace treinta años que un vecino de Valparaiso vino á San-
tiago á mandar hacer alcayatas para las puertas de una casa que
construía. No habia herreros todavia en Valparaiso. No hace
doce que la aduana central fué trasladada de Santiago á Valpa-
raiso. El comercio de todas las provincias se hacia en Santiago,
como el de la República Arjentina, cuyos comerciantes se dirijian
á la capital. Las industrias nacionales de tejidos, pellones, za-
patos, quincalleria etc. daban ocupacion exclusiva á los talleres
del pueblo de Santiago hasta ahora poco. Qué sucede mientras
tanto?

Que Valparaiso es de diez años á esta parte el centro comer-
cial de la República. Allá se dirijen los capitales de las provin-
cias à cambiarse por mercaderias europeas; allá se encaminan los
traficantes de la otra banda; allá están establecidos los grandes al-
macenes de comercio, los grandes talleres de las artes, y aun la
industria de zapatos, pellones etc, ha emigrado poco á poco, en
busca de compradores. Las antiguas casas de comercio de San-
tiago han ido disminuyendo el movimiento de sus capitales, ó cer-
rándose, ó trasladándose à Valparaiso, y no hace mucho que las
casas extranjeras del puerto han empezado á reducir sus créditos
en Santiago, á retirar sus ajencias á fin de precaverse de los desca-
labros que esperimenta un comercio sin vida, sin fondos, sin pro-
ductos facilmente exportables. La provincia de Santiago vive de
dos años á esta parte de sus molinos, única industria radical y
poderosa. Los grandes molinos do Santiago, como las grandes
casas de comercio de Valparaiso son extranjeros, loque debe te-
nerse en cuenta para examinarlas trasformaciones que la indus-
tria experimenta.

¿Qué nuevas fortunas se han levantado en Santiago de diez
años á esta parte? Las de los mineros del Norte, que vienen bus-
cando goces, reposo, y tranquilidad á la capital. Los goces es-
casean, la tranquilidad es problemática, los deudores son moro-
sos, los capitales se irán. No hay remedio. Esta es la ley.

El comeaciante que va á Valparaíso cada seis meses se asom-
bra de ver las casas nuevas que sorprenden sus miradas; el que
viene á Santiago cada diez años, reconoce á la primera vista sus
calles, y sus casas, hasta por los accidentes mezquinos que las
distinguen. Santiago se va irremisiblemente, en su comercio,
en su industria. Es hoy una ciudad de empleados, procurado-
res y abogados; de rentistas que viven del interes de sus capita-
les; de conventos que consumen quietamente el usufructo de las
dotaciones piadosas de tres siglos; de jóvenes de familias, que no
saben en que ocuparse, que no tienen industria conocida, muchas
veces ocultando, bajo las esterioridades elegantes de una socie-
dad refinada, las penurias y las estrecheses de la indijencia; y de-
bajo de todos estos escombrps de una ciudad que va á dejar de vi-
vir, un numeroso pueblo, para quien faltan aplicacion y desarro-
llo á su industria que decae de dia en dia, sin instruccion pro-
fesional suficiente para competir con los industriales extranjeros
que los conchaban.

Hay pues, una revolucion en Santiago. Esta poblacion no-
ble ó plebeya, rica ó pobre, está desocupada ó sus ocupaciones no
le dán lo bastante para desenvolverse. El comerciante intelijen-
te es arruinado por los otros comerciantes que quiebran; y sus
lucros son disminuidos por las pérdidas que la sociedad en masa

desde la última vez que te vi! Yo tambien te hacia algu-
nas visitillas: yo tambien te solia ver cuando detras del
obispo ibas tan morenillo y colorado teniéndole la capa, que
daba gusto de verte. Y yo me decia; "¡Qué feliz es! hijo
de un hidalgo, paje de un príncipe de la iglesia, que lo
hará canónigo ó cardenal, y que algún dia quizá llevará
la mitra, mejor le ha de de ir mil veces que con los esta-
dos de Altamira, teniendo como tiene un tio tan mal cris-
tiano." Pero mira, hijo mio, no te vayas á vengar de
Ataulfo; este es el precio que exijo por tu salvacion...»

—Y la de mi madre-

—Y la de tu madre. Ataulfo en el fondo no es tan malo
como á primera vista parece; sino que el pobre ha tenido
mala crianza; y luego todo el mundo le aborrece, lo de-
testa; no tiene un cristiano que bien lo quiera. ¡Pobreci-
llo! Yo no sé si estoy trabajando contra él al favorecerte;
pero hágase lo que Dios quiera: las cosas han llegado á
tal estremo que....

—Pero ¿y mi madre? ¿mi madre? Sin ella no doy un
paso mas. Vos, señora, podeis sacarme de la confusion en
que mi espíritu se encuentra, confusion muy mas terrible
para mí que todos los peligros que me amenazan. Hame
dicho mi madre que no está casada con Ataulfo, ¿cómo es
que permite á este llamarla su esposa?

—Nada le ha dicho, pensó la anciana para sus aden-
tros, acerca de Bermudo: no creía yo que hubiera podido
contenerse: imitemos su prudencia.

Gontroda dió luego á Ramiro contestaciones evasivas,
encareciéndole la necesidad de guardar silencio, aunque
semejante á los cangrejos padres de las fábula, no se cui-
daba de poner en armonía los consejos con el ejemplo.
Tranquilizóle sin embargo asegurándole dos cosas á cual
mas importantes para Ramiro: primera, que su madre no
corria tanto peligro como él, y podria luego salvarse fácil-
mente; y segunda, que fuese cualquiera la contradiccion
de las palabras y la conducta de Elvira, estuviese seguro
de que podia ser completamente justificada.

Solo despues de haber obtenido el mancebo semejantes
seguridades, pudo alejarse un paso mas de aquel aposen-
to. La puertecilla de la alcoba daba á un largo pasadizo,
que comunicaba con una secreta escalera, por la cual pen-
saba Gontroda salir mas fácilmente del castillo. Mas ape-
nas pusieron en ella el pie, cuando en lo profundo sintie-
ron ruido de criados que subian departiendo misteriosa-
mente. Gontroda retrocedió: llevó al mancebo al estremo
opuesto de la puerta de Constanza, algunos pasos mas allá
de la boca de la escalera, y en el fondo del pasadizo
aguardó á que pasasen los criados, calculando que debian
ir á guardar la salida de la alcoba. Mientras llegaban,
salieron los fugitivos del oscuro rincon en que se hallaban,
y dándoles la espalda sin ser vistos ganaron la escalera.

—Vienen en tu busca, murmuró Gontroda al oido del
paje para alejar de él la idea del peligro de su madre: por
ahora quédense ahí con un palmo de narices: vamor á ver
si en la puerta de abajo tenemos algun tropiezo.

esperimenta con el decrecimiento jeneral de la riqueza, del mis-
mo modo que en las ciudades que crecen y se desarrollan el mayor
movimiento de la propiedad y de los valores, aumenta la ri-
queza de cada uno.

Estas masas de hombres, secretamente labrados por el males-
tar de la consuncion jeneral, estarán dispuestas é echarse al
cuello del gobierno, toda vez que haya quien les diga que el go-
bierno se tiene la culpa de ello. Si entre nosotros tuviera el Con-
greso la costumbre del Parlamento inglés de hacer levantar infor-
maciones prolijas sobre los hechos relativos a cada cuestion que
trata, pediríamos una investigacion sobre el estado de fortuna,
profesion, ocupacion diaria de los que instigan al pueblo á la re-
vuelta, los que primeros se dejan arrastrar á ella y sobre los sen-
timientos de la masa que los sigue ciegamente.

La transformacion que en ruina esperimenta Santiago, es pues
la obra de leyes fatales que prevision humana no puede correjir
sino n parte. Se desenvuelve Guayaquil y se arruina Quito; se
levanta Panamá y decae Bogotá: se ensancha Valparaiso y San-
tiago no sabe de que vivir. Esta situacion se agrava mas por un
efecto contrario al que hace la prosperidad de las costas. Allá
la poblacion se trasforma por la introduccion de nuevas indus-
trias, por el aumento de salario que trae la prosperidad yel mo-
vimiento, por el contacto con los extranjeros, por el espectáculo
de los usos, y hábitos mejores y mas adelantados de las otras na-
cion°s, por el movimiento en fin que es el ajente mas poderoso
de la mejora. En Santiago por el contrario, la ciudad permane-
ciendo la misma, los hombres los mismos, el pueblo el mismo,
las prácticas antiguas, la indolencia, las preocupaciones se con-
tinuarán indefinidamente. De dos años á esta parte han emi-
grado de Santiago á Valparaiso y California mas de cuatrocientos
franceses que ya se habian establecido de tiempo atras. De ma-
nera que Santiago será Santiago siempre, y nadie puede decir lo
que serían Valparaiso, Concepcion, Copiapó en diez años mas.

Si el estudio de la situacion de Santiago no descubriera estos
hechos, lo indicarian los clamores de los diarios, los discursos de
los tribunos populares. Se señala al pueblo á los ricos, como la
causa de todos los males, se le denuncia el lujo, el orgullo de
los capitalistas; el gobierno se compone de usureros, causa de la
miseria popular. Esta es la bandera de partido; mejorar de
suerte, la esperanza que se despierta; establecer bancos en favor
del pueblo, la promesa con que se le atrae. ¿Qué significa todo
esto? Que hay malestar, pobreza, falta de esperanzas. ¿Cómo se
establecerán bancos? Con qué fondos? quien los dará? cómo
participará de ellos el pueblo que no tenga un producto, un valor
que dar en cambio de un billete? Esta no es la cuestion del mo-
mento, lo que ahora importa es apasionar á la muchedumbre,
por el lado sensible, la pobreza, el poco salario, la falta de remu-
neracion dela industria Aqui vienen los candidatos, sánalo-todo
de las llagas del pueblo, panacea universal á las dolencias de
Santiago. El mejor candidato para Santiago es un camino de
hierro, y por él darémos nuestro voto; pero este nuestro candidato
se aleja de todo pais que le habla de revueltas, porque antes de
todo pide paz, paz, paz. El camino de hierro no anda entre los
clubs y las farsas políticas.

¿Qué remedio tiene este mal? Algunos. Desdeluego el pri-
mero de todos es estudiarlo, conocerlo, y tenerlo en cuenta para
las soluciones políticas que los partidos quieren dar. Hay quien
pretenda que debe trasladarse la capital á Valparaiso, cosa que
el tiempo solo indicará; pero que en manera ninguna remedia-
rá la situacion de Santiago, pues tal medida no sería otra cosa

—No os olvideis, buena anciana, dijo Gonzalo, que
traigo conmigo un arma, y que tengo un brazo dispuesto...

—A echarlo todo á perder, metiéndonos en algún mal
fregado. Cepos quedos, y no hacer disparates.

Afortunadamente hallaron franca la salida, que daba á
un patio pequeño y sombrío, al pie de la torre de las pri-
siones.

—No me atrevo á proseguir contigo, dijo la anciana;
quédate aquí oculto entre estos haces de leña hasta que
traiga una capa. Vamos, no hay que replicar, ni hacer
observaciones. Ahí dentro, y se concluyó. Yo vendré á
buscarte.-Perfectamente: buen muchacho.-¡Jesus, cuan-
do uno piensa quién es, y lo ve andar como un ladron, y
en su propia casa!

La infatigable dueña salió de allá, y con alguna pre-
caucion se informó acerca de las probabilidades de la fu-
ga. No las habia de ninguna especie: el Terrible habia
dado las órdenes mas terminantes para que á nadie, abso-
lutamente á nadie, se permitiese salir del alcázar. Pen-
sar que ninguno de los centinelas se dejase vencer por
ruegos ni corromper con dádivas, era pensar en lo impo-
sible, porque todos temian que Ataulfo estuviese espián-
dolos, para caer como ave de rapiña sobre el infeliz que
titubease en el cumplimiento de su deber. Sabedor el
Terrible de que el paje habia logrado escapar del dormi-
torio de Constanza, acababa de ordenar asimismo que se
hiciesen las pequisas mas minuciosas por todo el castillo.

Si la fuga era imposible, parecia en cambio sumamente
fácil descubrir á Gonzalo, oculto en un paraje tan próxi-
mo á la escalera secreta. Gontroda en este apuro, no tra-
taba ya de echar fuera dél alcázar á su joven compañero,
sino de evitarle los tormento, los suplicios que le espera-
ban, si caia en monos de Ataulfo; y no sabiendo que ha-
cerse, y acosada por la proximidad del peligro, túvose por
muy dichosa cuando le ocurrió cierta idea, y se halló con
los medios de ponerla por obra.

Acudió á la leñera: llamó á Gonzalo, el cual salió tan
alterado, que por encima del sayo se le marcaban los lati-
dos del corazón.

—Si tardais un poco mas, murmuró el paje, no me en-
contrais aquí: hubiera salido para morir como quien soy,
y no como un animal de bellota. Poco despues de haberos
marchado, bajaron dos de los de arriba, y los muy pícaros
sospecharon que ahí pudiese estar escondido: iban á le-
vantar los haces, cuando mudaron de parecer, por con-
siderar mas urgente dar parte á su amo de lo que pasaba,
y se alejaron prometiendo volver con un tizón á dar fuego
á la leña. ¿Qué noticias me traéis?

—Sigúeme y embózate bien, le dijo la anciana, echán-
dole una capa sobre los hombros.

No le pareció de muy buen agüero al pajecillo tan
inusitado laconismo; pero obedeció á Gontroda, la cual se
dirigió al torreón, que se alzaba en uno de los frentes de
aquel patio. Sacó del pecho una llave, y abrió la puerta
sin dificultad.

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