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Núm. 11) MIERCOLES 18 de SETIEMBRE. (Un real.
LA REVISTA.
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DIARIO DE POLITICA ECONOMICA, CIENCIAS, LITERATURA, RELIGION, ARTES, etc.

LA REVISTA.

Lima, 17 de Setiembre de 1850.

En nuestro folletin de hoy damos principio á la novela his-
tórica titulada DOÑA URRACA DE CASTILLA, escrita orijinal-
mentc en castellano por D. FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA.
El mérito sobresaliente de esta produccion y el de otras obras
notables, entre ellas DOÑA BLANCA DE NAVARRA, han valido
al autor un lugar de los mas distinguidos entre los prime-
ros novelistas contemporáneos.

Como verán nuestros lectores, el Sr. Villoslada, ha segui-
do la escuela de las mejores novelas históricas de Alejandro
Dumas, tanto en la eleccion de un asunto interesante, como
en el desarrollo del plan, en la exacta pintura de los caracté-
res, en la belleza de las descripciones, y por último, en la
lijereza y animacion del diálogo. A estas cualidades reune
DOÑA URRACA la de estar escrita en un lenguaje castizo y
elegante, cosa que rara vez se encuentra en las traducciones
que andan de mano en mano.

La publicacion de esta novela no sufrirá las interrupcio-
nes que tanto molestan á los lectores; pues tenemos la obra
completa en nuestro poder. El mismo sistema seguirémos
en adelante: no darémos principio á una novela que no este-
mos seguros de continuar hasta el fin.

Ayer hemos publicado el último informe del gober-
nador de Nueva York en que manifiesta los crímenes
que se cometen en aquella ciudad; el siguiente artículo
del Economist de Londres dá vários curiosos datos so-
bre la escasez y criminalidad en Francia y Alemánia, y
tanto estos como las observaciones que los acompañan

lectores.

La íntima union entre la escasez y la criminalidad,
dice el citado periódico, ó bien entre la abundancia de
alimentos y la disminución del crimen se hace tan visi-
ble en Francia como en Inglaterra. La cosecha de 1846
fué insignificante; el gobierno frances tomó inútilmente
medidas extraordinarias para bajar el precio de los ali-
mentos, pero no pudo evitar la miseria del año 47. Hemos
dicho antes, y repetímos de nuevo ahora, que los pade-
cimientos que entónces sufrió el pueblo francés, hicie-
ron mas notable el contraste entre la condición de la

FOLLETIN.
DOÑA URRACA DE CASTILLA.
MEMORIAS DE TRES CANONIGOS.
Novela Histórica original.
por
D. Francisco Navarro Villoslada

LIBRO PRIMERO.
CAPÍTULO PRIMERO.

En que se da eomienzo á la peregrina História de la Reina doña Urraca.

Los españoles del siglo XII no tenian mas caminos
reales que los construidos para la esplotacion de las mi-
nas de plata, ó para las necesidades de la guerra, duran-
te la dominacion romana, y el que devotos peregrinos,
con sus pies descalzos, abrieron desde los Pirineos á
Santiago de Galicia.

Este arrecife se hallaba en mucho mejor estado que
los otros, y, acaso pudiéramos añadir, que nuestras mo-
dernas carreteras. No se conocian, es verdad, en tan
largo tránsito paradores, ni guardias civiles, ni peones
camineros; en cambio no escaseaban los conventos ge-
nerosamente hospitalarios; las hermandades primero y
luego los caballeros de las órdenes militares, defendían á
los piadosos caminantes de los harto frecuentes y poco
gratos encuentros de infieles y bandidos; y con respecto
á la recomposición del camino baste decir, que se con-
sideraba como una obra de caridad en que solian ejer-
citarse los monjes y los pueblos.

Construido con anchas baldosas de forma regular,
que aun hoy se ven entre la yerba, en algunos trozos
que ban podido resistir al resfriamiento de la piedad y al
transcurso de los años, bien se conoce que estaba des-

gran masa popular y las clases elevadas, y contribuyó
á la revolución de 1848. Si la cosecha de 1846 hu-
biera sido tan abundante como la de 1849, que tan fa-
vorable ha sido á Luis Napoleon, hubiera podido pos-
ponerse la república y Luis Felipe pudiera haber muer-
to rey de Francia. Pero estaba dispuesto de otro modo,
y no parece sino que la revolución de 1848 ha venido
expresameute para manifestar á los que son insensibles
á los sucesos ordinarios, que no pueden forzar sus
planes de gobierno hasta un extremo, sin producir
en la sociedad grandes calamidades, cuando la estacion
es poco favorable. Antes de 1847 la Francia se quejaba
de las prohibiciones del comercio y de las contribucio-
nes excesivas, y la miseria que afligió aquel año á la na-
cion produjo como hemos dicho, la revolucion que
destruyó el antiguo gobierno. El aumento de crímenes
en aquella época fué tan notable en Francia como en In-
glaterra.

Comparado con los dos años anteriores (dice el Mi-
nistro de Justicia en el informe que presentó al Presi-
dente de la república) el año de 1847 ofrece un aumen-
to considerable de crímenes. En 1845, por ejemplo,
los tribunales oyeron 5077 causas y sentenciaron 6908
delincuentes; en 1845, hubo 5054 causas y 6685 acusa-
dos; al paso que en 1847, las primeras subieron á 5857
y los segundos á 8704. En toda la Francia se contaba
en dicho año 1 criminal por cada 4067 habitantes.

Segun esto, los grandes crímenes, asi como los de-
litos aumentaron considerablemente en Fran-
cia durante el año de 1847, sin que hubiese habido un
aumento de poblacion para justificarlo, como sucedió en
Inglaterra; y por consiguiente no se debe atribuir á otra
cosa que á la escasez de alimentos. La abundancia no
es menos necesaria para la conservacion del gobierno
que para las mismas necesidades físicas; de ella de-
pende la existencia del estado y el bien estar del pue-
blo. «Donde quiera que los
medios de vivir, dice el informe
mana del comercio libre, se reúnen inmediatamente nos ocu-
ra sostener un sistema, para conservar aquello en que
todos tienen un intéres, porque todos son felices á su
sombra. Cuando, por el contrario, la mayor parte del
pueblo á pesar de grandes esfuerzos puede apenas lo-
grar un medio miserable de subsistencia, y no tiene
algun goce que le haga llevadero el trabajo, es suma-
mente difícil apaciguar los conflictos que inevitable-
mente han de ocurrir."

¿Que ha hecho la Francia, continúa el periódico in-

tinado á pedestres viajeros, con la mira de facilitar y pro-
tejer la peregrinación. A este mismo deseo, que crecia
con el espíritu religioso, debióse la institucion de los
cambiadores que á las puertas de las ciudades se colo-
caban con sus mesas doradas y pintadas, sus arcas y
balanzas, para cambiar á los estrangeros las monedas de
su pais por las equivalentes de Leon y de Castilla. De tre-
cho en trecho se establecian hospitales, se erigian mo-
nasterios, se levantaban puentes; y para que los rome-
ros de diversas naciones tuviesen en la Península una se-
gunda patria, fundábanse ciudades como Santo Domin-
go de la Calzada.

La de Santiago comenzaba en Roncesvalles, atra-
vesando todo el reino de Navarra por Estella, Logroño,
Nágera hasta Santo Domingo; y de aquí se dirigia á Bur-
gos, Carrion, Leon, Astorga, ciudad entónces del reino
de Galicia recientemente incorporado á la corona de Cas-
tilla, y tocando por último en Lugo, terminaba en las
murallas de Jerusalen hispana.

Por el opuesto lado, hácia el Sur, arrancaba otro
camino desde Portugal, empalmando con el del Norte en
la tumba del hijo del Cebedeo.

De esta suerte la osamenta de un hombre oscuro
que murió degollado en Palestina, trasladada en una na-
vecilla hasta el puerto de Iria, y sepultada cuatro leguas
adentro de la costa, en medio de selvas inaccesibles y
de breñas tan solo de fieras habitadas; la osamenta de un
pescador que permaneció ignorada por espacio do ocho
siglos, al ser de improviso descubierta, vióse al punto en
comunicacion por un lado con los que entónces se llama-
ban confines de la tierra (Finis terrae), y por otro con
Europa, con todo el orbe cristiano.

Nada exageramos al decir que las desnudas plantas
de los peregrinos abrieron primeramente esa larga cal-
zada, que cruzaba la España casi en línea paralela con
la costa cantábrica: el camino de Santiago en aquella
época era el mas frecuentado de toda la cristiandad: lle-
gaban los fieles á bandadas de los mas remotos países:

glés, para asegurar la abundancia de alimentos al pueblo,
después de la severa leccion que le ha dado el año 48?
Nada. No puede crear alimentos ni siquiera comprar-
los, porque no emplea otros medios que las contribu-
ciones con que recarga al pueblo. No ha destruido
ninguno de los abusos que antes axistían. Las mis-
mas contribuciones, las mismas restricciones hay aho-
ra que antes y aun algunas se han aumentado.

Todas las clases mercantiles de Alemania conocen
los peligros de este sistema, y una de ellas dirijiendo-
se al ministro prusiano le hace ver la necesidad de
aliviar al comercio y á la agricultura de los derechos
protectores que pesan sobre ellos. «Cuando espera-
bamos las reformas indicadas, dicen, se nos hacen pro-
posiciones que tienden abiertamente á impedir todavia
mas la importacion de los artículos que los extranje-
ros nos traen en cambio de nuestros productos, y á au-
mentar de una manera muy dudosa la exportacion de
nuestras manufacturas.»

El gobierno prusiano, lo mismo que otros del con-
tinente europeo, en lugar de tomar medidas para que de-
saparezcan los impedimentos que ofrece el sistema pro-
tector á la industria de sus súbditos, y facilitarles de este
modo la abundancia y las comodidades, persiste en el
sistema de sus antiguas restricciones, sin atender á que
el gran secreto de todo buen gobierno, consiste en poner
al pueblo en disposicion de que se asegure su bienestar
por medio de una honrada industria. Para vivir es pre-
ciso prosperar, y el gobierno no debe detener esta pros-
peridad. Las estadísticas del crímen en Europa, y la
desolada condicion del Asia proclaman una misma ver-
dad. Los gobiernos se deben considerar tanto mas esta-
bles, cuanto mayor es la prosperidad del pueblo, y tanto
para la felicidad doméstica, como para el órden social, el
hombre debe ser libre para buscarse la subsistencia por
medio de una industria noble y honrosa.

de Chile al hablar de la nueva
, de que ya tie

c. u. á 10 ps. qql. —Flejes ínea de vapores
58 qqls. á 4 ps. qql. —Lo público

«Ya habrán visto nuestros lectores las noticias que
hemos publicado de Europa, que la línea de vapores del
Brasil y del Rio do la Plata debe inaugurarse en agosto
ó setiembre del presente año.

Esta línea que en Chile se ha llamado fabulosa por los
defensores del monopolio, toda vez que la hemos citado
como un argumento, se establecerá sin privilegio de nin-
guna clase.

imponíase la peregrinacion, no solo en penitencia por los
confesores, sino en castigo por los tribunales, y era voz
comun de que el viaje tenia que hacerse en vida, ó des-
pués de la muerte, por los mismos justos, antes de subir
al cielo. La calzada de estas almas en pena era la Via
láctea, conocida por el vulgo con el nombre de Camino
de Santiago.

Esta santa y célebre ciudad, rodeada de montañas
de lozana y triste vejetacion, se ofrece repentinamente á
la vista de los caminantes cubierta casi siempre de ne-
gras nubes, que levantándose de las vecinas cumbres, se
estienden luego por el ámbito poco dilatado de un cielo
ceniciento, figurando el fúnebre crespon tendido sobre el
túmulo del Apóstol.

Los peregrinos, de consiguiente, 110 logran divisar
las torres del templo suspirado sino cuando están enci-
ma de la ciudad, y las dos opuestas eminencias, desde
las cuales se descubre, tienen un nombre tan gráfico y
significativo, que basta solo enunciarlo para que el mas
rudo conozca de dónde procede y bajo qué sentimientos
ha sido inspirado.

La altura del Norte llámase el monte del Gozo; la
del Sur el monte del Humilladero.

Si quisieramos averiguar por qué el aspecto de la
antigua Compostela infunde á los unos afectos de júbi-
lo, y de humildad y veneracion á los otros, quizá presen-
tariamos una prueba mas de la verdad y filosofía que re-
velan siempre las denominaciones populares.

Los romeros que venían de apartadas regiones, de
Alemania, de Inglaterra, de Moscovia, de Egipto y aun
de Persia, cruzando á pié la Europa entera para proster-
narse delante de un altar: al ver las pardas cúpulas que
lo cobijan, debian sentir antes que nada un júbilo inefa-
ble. Para estos aquella montaña tiene el nombre de su
primero y mas vivo sentimiento: el gozo.

Los peregrinos que por el lado opuesto se acercaban,
no solian traer muchas jornadas, ni venir mas léjos que
de la península: menos vivo el placer por consiguiente,

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