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y debil por su constitucion fisica, publicó
contra mi honor, en recompensa de mi ma-
nejo anterior, los remitidos que se leen en
el núm. 234 del Mercurio, y núm. 4 de la
Atalaya: contesté en el núm. 234 del Te-
légrafo, en que ofreci decir al público el
resultado del juicio que entablé, cuya pro-
testa cumplo ahora.

Los remitidos de Angel fueron en 20
de mayo de 1828, y al dia siguiente 21, pre-
senté judicialmente mi cuenta de los ré-
ditos que le corresponden, por dos princi-
pales que mi hacienda reconoce á su favor:
de esta aparecia, no solo estar pagado An-
gel hasta esa fecha, sino que me debia la
cantidad de 1138 $ 7 y medio reales, y
pedi la aprobase ó tachase. Como las mi-
ras de mis inmorales enemigos, de quie-
nes Angel era el eco, no eran otras, que
minar mi reputacion, sin perdonar calum-
nia de cualquiera especie, pues no olvidan
la maximas del perverso político- Calumnia,
que aunque sane la herida, queda la cicatriz:-
y como por las cuentas que tenian ante sus
ojos se convencian de que Angel seria des-
mentido muy en breve: tomaron el recurso
de eternizar la demanda, y asi es que sien-
do yo el supuesto deudor, el que entabló
la accion, en vez de tacharla, promovie-
ron cien articulos ilegales, y al cabo de mas
de dos años cuatro meses aun no se habia
tachado, y apesar suyo se hallaba la cau-
sa en estado en sentencia. Impelido yo
del amor á un hermano menor y desgra-
ciado, sin recordar sus acciones, que solo
me merecian compasion, me valí de cuan-
tas personas pudiesen tener algun influjo
sobre él, para que evitando un litijio siem-
pre escandaloso y sangriento entre herma-
nos, nombrase él mismo la persona que
gustase, que esta reviese mi cuenta, la li-
quidase, y decidiese todo punto dudoso:
protestando por mi parti conformarme con
el nombrado por él: pagarle de contado si
le salia á deber, y no cobrarle ejecutiva-
mente si el resultaba deudor. Muchas ve-
ces parció conformarse con este plan,
otras tantas me engañó, despues de hacer-
me muy cortos pedidos, hasta que al ul-
timo convino del nombrar al Sr. D. D. Ma-
riano Ureta, vocal de la corte superior de
Arequipa, con el que me conformé en el
momento y se le pasaron los autos. Mi
alegato no se redujo á otra cosa, que á ma-
nifesarle lo destrozado de mi corazon al
ver á ese hermano tan desviado de los jus-
to, y gobernado por hombres que habian

de consumar su ruina: que cualquiera du-
da que se le ofreciese la cortarse en mi
contra: que yo pagaria de contaado lo que
saliese á deber, y jamas afligiria à Angel
si aprarecia deudor. El señor Ureta em-
peñado de terminar este litijio, por los co-
nociemientos que tenia de mi familia, por
la nobleza de su espiritu, y estribado en
mi protesta, no tuvo embarazo para lla-
mar al propio Angel, liquidar con él la cuen-
ta, poner solo las partidas que decia este in-
tachables, y cuando se comparó el cargo al
descardo, salió deudor. Este éxito al que
era debido el aquietamiento de Angel, pro-
dujo en él el plan de abandonar el compro-
miso, pues decia, que su término el seria bo-
chornoso patentizando la ligereza é injusticia con
que habia hablado contra mi en los impresos,
cuando el podia evitar este lance promoviendo ar-
ticulos, y alargando la conclusion del juicio, co-
mo lo habia hecho en mas de dos años que te-
nia del curso. El Sr. Ureta no pudo redu-
cirlo otra vez al compromiso, ni menos el
que terminase una demanda que á mas de
ser escandalosa entre hermanos, era noto-
riamente injusta por su parte. ¿Como pue-
de creerse que hasta este grado de inmo-
ralidad llegase un joven? Estas fueron las
lecciones de mis enemigos, y solo el duro
conflicto de mi defensa pudiera arrancar-
me espresion tan sensible para mi. Aun
hay mas, deseosos mis malquerientes de
coadyuvar à mi ruina con la indecision
de este juicio, abrazaron el partido deses-
perado, que solo cabe en el corazon mas
negro, cual fué influirlo que el modo único
con que el podia sacarme dinero, aunque
no se lo debiese, era el que en cafees y ca-
lles hablase contra mi, que pidiese limosna,
y que anduviese en el traje de un pordiosero,
exteriordadaes que seguramente harian caer
en tierra mi concepto. Estos consejos eran
á un joven sin cabeza, desascado y abando-
nado por caracter, que pasaba los dias y
noches en los cafees, y que ya no le era
nuevo pedir limosna à que lo habia incli-
nado su natural abandono, aun desde tiem
-po atras en que estaba al lado de mi fina-
do hermano D. D. Francisco Paula don-
de nada le faltaba para una decente sub-
sistencia. ¿Como pude libertarme yo de
enemigos tan perversos y feroces?
Sin embargo de mi justo sentimien-
to, sobreponia á él, el vivo deseo de re-
mediar su suerte miserable: no encontra-
ba otro recurso decoroso que apurar la
conclusion de la causa, para que viendo

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