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el estado en bosquejo de los ingresos, y no hu¬
bo un diputado que preguntase en qué se habían
invertido. Manifestó un déficit enorme, y à na¬
die se le há ocurrido la idea de proponer un
simple arbitrio para llenarlo. Su succesor há
ocurrido de nuevo quejándose de la desnudéz
del erario, y fijando en noventa mil pesos
mensuales el vacío de sus entradas ¿Qué há
ocurrido de nuevo quejándose de la desnudéz
del erario, y fijando en noventa mil pesos
mensuales el vacío de sus entradas ¿Qué há
respondido el Congreso? Que se reconozca el
crédito de Fulano, y que à Sutano se le paguen
tantos pesos de sueldo. Se aproxîma el último
día de las sesiones, y permanecemos en la mis¬
ma inacción. Se retirarán los señores diputados
y senadores à sus casas, y ahí queda la admi¬
tración abandonada así misma, rodeada de acree¬
dores hambrientos, reducida à sus propios re¬
cursos, y condenada à servirse de subalternos
descontentos porque no tienen que comer, y de
quienes nada puede exîjirse, porque un servidor
à quien no se paga, parece absuelto de sus o¬
bligaciones; ¡y con estos antecedentes se há que¬
rido hacer esa vana ostentación de patriotismo,
esa farsa de acusación, ese estrepitoso ataque à
un poder privado de los medios que la Consti¬
tución le confiere! Si el ejecutivo la há infrin¬
jido ¿las cámaras la hán observado? Y si és¬
tas no hán querido ò no han podido seguir la
línea que ella les prescribe ¿con qué derecho re¬
claman esto mismo del Gobierno?

La ley fundamental no ha querido imponer
el peso de la responsibilidad à los representan¬
tes de la Nación. Es cierto: no hay acusación,
no hay castigo para el cuerpo lejislativo que in¬
frinja sus deberes. Más por esto ¿se ha de creer
autorizado à infrinjirlos? ¿A donde nos llevaría
semejante doctrina? Cuando el cuerpo lejislativo
procede tan abiertamente contra el pacto, lo de¬
cimos sin escrúpulo, el pacto está roto. La in¬
violabilidad no puede conducir al despotismo; la
nación se há reservado el derecho imprescripti¬
ble de la propia defensa, y antes que la ley
escrita es la eterna è inestinguible de la propia
conservación. No se diga que propagamos una
doctrina peligrosa, ni que exîtamos à la violen¬
cia y à la revolución. Conocemos el temple de
la nación Peruana, y sabemos que no se halla
espuesta à sumerjirse en el caos de la anarquía.
Su buen sentido natural le hace conocer cuan
imposible es llegar à la perfección en los prime¬
ros años de una exîstencia enteramente nueva,
cuantos ensayos y cuantas tentativas son necesa¬
rias antes de plantar sólidamente el complicado
mecanismo de un gobierno liberal, y que debe
ser animado en todas sus partes por la razón,
por la justicia, y por un conocimiento esacto de
las obligaciones y prerrogativas mútuas. Sere¬
mos los primeros en inculcar por medio de nues¬
tros escritos y de nuestro pobre influjo el respeto
más inviolable, la sumisión más ciega al congreso,
y à sus determinaciones.

REMITIDO.

Señores Editores. En un papel titulado El co¬
cacho ha salido à luz un calumnioso remitido ba¬
jo el epigrafe de cocacho à los soldados. Como
amigo de la verdad y de la justicia no he podi¬

do tolerar las falsedades que se leen en él. En
estos tiempos más que nunca se ve con satisfac¬
ción jeneral el arreglo y subordinación de la tro¬
pa que guarnece la Ciudad. Si esto es notorio,
es más constante la vijilancia de sus Jefes y ofi¬
ciales en conducirla por el sendero de la buena
moral y disciplina. Uno que otro desorden de
poca entidad es tan inevitable en los soldados,
como lo es en los mismos paisanos, y toda co¬
munidad adolece de males que no es posible pre¬
servar enteramente mientras el hombre esté com¬
puesto de carne y de sangre. Es una calumnia
intolerable la de asegurar que salen à los cami¬
nos à apercollar viveres y combustibles, siendo
así que el Jefe del Batallón se provee de estos
renglones por contratas particulares, y no ha lle¬
gado à su noticia que alguno lo haya hecho pri¬
vadamente, ni podría hacerlo puesto que en cual¬
quiera reclamación sería castigado severamente.
Es más grave todavía la calumnia, cuando se a¬
grega que en caso de resistencia son aporreados
los internadores, ò se les cargan de puñaladas: des¬
vanecido el antecedente estaba desvanecida por
consiguiente esta segunda parte y los casos de
aporreadura y puñaladas no podían quedar en
secreto à la vista de un público entero que há¬
ce el mayor alto en el más pequeño incidente.
Este testimonio convence plenamente de la fal¬
sedad de la imputación, y convence más el no
haber en ningún tribunal causa de este orden,
ni haber en ningún tribunal causa de este orden,
ni haber llegado à noticia del Comandante Jene¬
ral y demás jefes. Un homicidio perpetrado por
un soldado en días pasados sigue el orden de su
juicio con el rigor de la ley; su resultado será
el que determine ésta. Los robos que se im¬
putan son falsos y al calumniador es à quien se
le há oido por primera vez. Los soldados duer¬
men en su cuartel y no se les deja salir de él
después de la lista de la tarde. Algun otro que
es licenciado, lo es después de bien probada su
honradez. Si hay ladrones, nueva impostura por¬
que felizmente no se oye de ellos en la capital,
no serán solos soldados, también podrán ser pay¬
sanos como acaece en toda población. Felizmen¬
te no los hay como se há dicho, y à nadie se
oye decir que se le haya quitado la capa, el pa¬
ño ò la corbata. El calumniador por trisca apu¬
ró este Bocabulario con agravio del honor del
Batallón que se jacta de ser ejemplar y subor¬
dinado, que por tal merece la confianza y apre¬
cio del vecindario, y cuya oficialidad vive de su
celo y desempeño. Que los soldados piden pe¬
setas es otra calumnia: si no lo han hecho à sus
oficiales ò à los camaradas de estos en los días
de Pascua con los modos y agasajo que son pro¬
pios de esos días, no se podrán señalar tales a¬
venturas en el modo con que se pintan en el Co¬
cacho, tornando las acciones más sencillas y
usuales en crímenes. El calumniador después de
acumular frases indecorosas contra la Tropa, ha¬
ciendo finalmente del hipócrita, exîta el celo
de los oficiales al remedio, siendo así que estos
no necesitan ni hán necesitado jamás de estímulos
tan miserables para llenar sus deberes, y soste¬
ner su créditos y su honor.

Un amante de la verdad.

IMPRENTA PÚBLICA POR P. E. GONZALEZ.

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